Mi primera escuela era de monjas, aunque no recuerdo a ninguna en particular. A quien sí recuerdo es a Don Marquitos, el portero del nido. Me recibía muy temprano porque-al menos así lo recuerdo- yo era la primera en llegar y la última en partir.
Don Marquitos era un viejito de poco pelo, muy parecido a mi abuelo, sobre todo en la forma de vestir. Bonachón como él solo y aparentemente dormilón porque cada mañana me sentía en la necesidad de repetir la misma frase: "Don Marquitos no se duerma" o "No se duerma Don Marquitos".
Don Marquitos y yo en foto inédita. Él está más despierto que nunca y yo no. Diciembre del '91.
La verdad es que no sé qué atribuciones me tomaba como para pedirle a Don Marquitos que no durmiera. Pero lo hacía, y siempre. Me pregunto si me habrá tenido cariño o a lo mejor, me veía como una mocosa fastidiosa y engreída. De repente, fui su 'palomita', como cariñosamente llamaba el personaje de Don Fermín- de la ¿novela? Carrusel- a Cirilo y María Joaquina, o quizá solo fui una de las tantas pequeñuelas que no lo dejaban pestañear un ratito.